Ilusión vs Desilusión



Con el tiempo me fui dando cuenta que no hay dicho que esté falto de sentido. Siempre me reí de aquel que dice: “la belleza está en los ojos que la admiran”. ¡Menuda tontería! ¿Verdad? ¿A caso no somos todos capaces de reconocer lo que es bello para nuestros ojos? Pues nada más lejos de la realidad.

La gran mayoría de nosotros pensamos que lo que tú o yo entendemos como tal no tiene discusión, pero: ¿nunca has visto algo, o alguien, que saltándose todos tus estándares, ante los ojos de todos tus sentidos es increíblemente sublime? Lo que más desasosiega es que poco o nada te interesa que los demás te entiendan, sino la curiosidad que a ti mismo te causa esa sensación. No buscas aprobación o respaldo, sino que tratas de confiar en ti mismo.

Pero, ¿cómo podemos confiar en nosotros mismos cuando todo lo que suponemos nuestras ideas, están formadas a imagen y semejanza de todo lo que hemos aprendido externamente? Nos ilusionamos cuando obtenemos algo que se supone siempre hemos querido, pero no es otra cosa que una ilusión.

¿Quién dijo que la ilusión es buena?

El antónimo de la ilusión, es decir, la desilusión es el regalo más grande que nos puede tocar. Pero claro, debido a nuestra afección por la ilusión, consideramos el término como algo negativo. Simpatizamos con nuestros amigos diciendo: “¡oh, qué gran desilusión te habrás llevado!”, cuando lo que deberíamos hacer es estar celebrándolo. Desilusión, literalmente significa “libre de ilusión”. Pero nos aferramos a nuestras ilusiones. Por eso sufrimos, básicamente porque no vivimos la vida, pues la llenamos de distracciones para evitar pensar en aquello que realmente nos importa, o nos da miedo.

Debido a nuestra condicionada vida en búsqueda del éxito y el entretenimiento, huimos de la fuente fundamental de nuestros sufrimientos. No queremos darnos cuenta, pero casi todos padecemos del mismo dilema: “si no obtenemos lo que queremos sufrimos; si obtenemos lo que no queremos, sufrimos; y hasta cuando obtenemos lo que exactamente queremos también sufrimos, porque no podemos tenerlo para siempre”.


La mente es el dilema, pues nos hace pensar que debemos estar libre de cambio, de dolor, libre de obligaciones de la vida, y de la muerte. Pero el cambio es la ley, y ninguna cantidad de voluntad puede alterar esta única realidad. No es que la vida sea sufrimiento; simplemente que la sufriremos hasta que no dejemos de lado esos lazos externos y, la vivamos sin importar lo que pase.

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