Soltar duele, pero más duele sostener
¿Quién es la
persona que te disparó en el alma, y tiró a jalones tu bondad? ¿Quién mordió tu
mano y usó tu espalda como tapete, usó tu tiempo y tu corazón como un motel de
cuarta, te robó un beso, pero también los sueños, defraudó tus esperanzas y te
encadenó a su recuerdo? El goza y tú sufres…
¿Pero qué le vamos
a hacer? La única manera de retirar la bala es, el perdón o venganza. La
venganza es dulce pero solamente para el alma enferma. Y por favor no te
enfades con mis palabras, porque la verdad duele, pero libera. La venganza es
tan amarga como un sorbo de bilis. La venganza es calor y llamas a fuego lento,
es un juego de represalias donde todos pierden y todo se pierde. La ofensa no
recibe justicia aunque sea reparada o vengada, las verdaderas ofensas no pueden
pagarse, el daño y el dolor no son reversibles. Castigar al culpable no deshace
el daño aunque te produzca una temporal satisfacción.
En el mundo
actual, de la justicia, creemos que sólo hay dos caminos: o pagan o los
castigamos. Pero puede existir una tercera opción donde todos deberíamos ganar:
el perdón. La justicia debería ser más que equilibrar las ofensas de todo el
mundo. La justicia no sólo es hacer las cosas bien y pagar a cada quién aquello
que se le adeuda. La verdadera justicia, debería ser la restauración del dolor.
Es ese nivel humano donde el pago y el castigo han sido borrados. Cuando tú
perdonas, la ofensa no desaparece hasta que tú hayas asumido la pérdida y la
deuda. Sabiendo que ahora esto es una nueva ganancia como ser humano. El perdón
no se trata de equilibrar la balanza, no se trata de cambiar de página, sino de
libro completo. Cuando tú perdonas todo se debe hacer nuevo, y no hay nada más viejo
y aburrido que el terrible ciclo de la venganza.
Éste mundo
necesita personas que asuman el costoso camino del perdón. Cuando vivimos una
injusticia, debemos empezar por reconocer que muchas veces, nuestra perspectiva
puede estar torcida o confusa. Hay que saber que si somos víctimas y nos
vengamos, seremos doblemente víctima. Primero de la injusticia, y después del
dolor sistemático que nos habrá dejado la venganza. No podemos evitar que la
ofensa lastime nuestro corazón, pero sí podemos evitar que la ofensa nos defina
a nosotros y a nuestra vida.
Lo curioso es que
nos solemos preguntar sobre aquellos que nos han lastimado: ¿por qué la vida los
ayuda? ¿Por qué el destino todavía no los ha castigado? ¿Por qué prosperan…? La
solución no es preguntar; no es esperar su derrota ni mucho menos su dolor.
Mejor es romper la cuerda que nos mantiene atado y atento a la maldición. Mejor
es crecer como persona, y enfocarnos en el desarrollo de nosotros mismos.
Cuando perdonas, les has castigado, les has desterrado, has olvidado sus
nombres y los has borrado de tu lengua, les has quitado el poder que tenían
sobre ti, has silenciado al malvado, y lo malo lo has transformado en bien.
Siempre, siempre
habrá tiempo para difamar mientras existan oídos y corazones sedientos de
venganza. ¿Quién no recuerda en sus momentos de maldad, cuando pensábamos que
estábamos haciendo el bien? Todos nos hemos equivocado, todos adeudamos una
disculpa. Todos hemos contribuido en la injusticia. La línea que nos separa el
bien y el mal no está en la mente ni en los actos, sino en el rasgo divino de
la bondad y la misericordia que hay dentro de nosotros como especie. No podemos
acabar con la maldad de todos, pero sí podemos restringir y dominar la maldad que
yace dentro de nosotros. De esta manera caminaremos y miraremos hacia atrás a
ver a todos nuestros acusadores y diremos: te bendigo enemigo, por haber estado
en mi vida. Te hago responsable del mal que convertí en bien. Tú también me
hiciste crecer.
Los enemigos nos
llevan más cerca a donde queremos llegar que los propios amigos. Hay amigos que
sin darse cuenta nos hacen daño, mucho daño. Los amigos suelen ser como
animadoras, porque son pocos los que nos retan a mejorar y nos confrontan con
la verdad a cerca de nosotros mismos.
Un enemigo saca
de la ecuación tu sensible corazón y afila su espada para partirte en dos. Yo
bendigo a mis enemigos, porque cuando me he enriquecido, ellos me han
empobrecido, cuando construí una casa, ellos destruyeron mi hogar, cuando
soñaba, ellos me despertaron, cuando me hice sabio, me atacaron de necio,
cuando lo perdí todo, ellos se encargaron de quitarme un poco más. Yo los
bendigo, porque ellos trabajaron para mí sin saberlo. Porque gracias a ellos,
pasé más tiempo de rodillas y hablando y conociéndome a mí mismo. Porque sin
enemigo yo no sería. Yo les agradezco, porque todo mal en la sabiduría obra
para bien. Los enemigos me enseñaron a ver de mí lo que nadie me enseño a ver.
Me hicieron derramar la última gota. Pero eso sí, date cuenta que nunca nos
preguntamos por qué nos quedamos viendo cómo se llenaba tan fácil el jodido
vaso hasta derramarse.
Hay que fijarse
que de la traición puede nacer algo hermoso, el perdón. El rompimiento de una
cadena mental. Todo lo que pasa es para bien. Una persona sabia entiende cómo
convertir el mal en bien, y decide no perder un sólo segundo de su vida, dando
poder a la amargura y al odio. Deja ya la amargura, huye antes de que apeste
toda tu vida, todo tu aire, todo tu entorno. El perdón es lo único que tiene la
capacidad de destrozar las cadenas de la injusticia, y regalarnos la
posibilidad de un futuro libre del pasado, y lleno de nuevas posibilidades. El
perdón no es una emoción, es un acto de voluntad, y la voluntad no se rige por
la temperatura del corazón, sino por la grandeza del espíritu.
El mundo del
resentimiento y la ira, es un lugar pequeño que se hace cada día más pequeño. Es
un lugar que tarde o temprano colapsará, ese dolor tiene una manera devastadora
de penetrar dentro de tu vida, y rompe toda posibilidad de un crecimiento
natural de tu vida. La mayoría de las personas se rehusan a perdonar, porque
piensan que si perdonan, la injusticia triunfará. Pero esto no es así, no
perdonar, es lo opuesto al verdadero camino a la sabiduría. El reto no es dejarlos
ir, el reto es dejar ir tu pedazo que se quedó con ellos. Comprendo que hay
atrocidades en la humanidad que la capacidad de perdonar podría convertirse en
algo casi ridículo. Pero la venganza jamás traerá paz y gozo a la vida de aquel
que activa su vida en pro de traer justicia con su propia mano. Siempre hay
caminos y estrategias que pueden llevarte a conseguir lo que quieras sin que
tengas que mancharte las manos y el alma de sangre.
¿Perdono pero no
olvido?
Sin duda olvidar
es uno de los caminos del perdón, pero también existen situaciones
inolvidables. El perdón nos invita a olvidar, pero sobre todo a romper el
rencor y la auto tortura. El perdón no es provocarte una amnesia temporal. De
hecho perdonar te permite ver tus heridas y recordar tu dolor de una
perspectiva elevada de bondad y misericordia, que te elevan a un nuevo nivel de
sabiduría y paz. El perdón te da la capacidad de ver tu sufrimiento no como
algo digno de borrar, sino algo digno de recordar y presumir; te permite
hacerlo parte de ti, de tu identidad y aceptar que esa cicatriz cuenta de ti
una gran historia.
El perdón no es
un rechazo a la justicia, sino más bien una transformación del mal al bien.
Transforma esto. En el perdón te pagas a ti y, te liberas a ti, adquieres
intereses porque todo perdón que das es un perdón que tú un día necesitarás.
Busca la incomprensible bondad dentro de la incomprensible tragedia. Cuando
buscamos con fe donde pensamos que no hay, encontramos lo que pensamos que
jamás hallaríamos.
El perdón de
grandes ofensas jamás será barato, es un acto de valentía, evolución, y de
firmeza espiritual, es de gente genial, no tonta. Perdonar no solamente es
aceptar la deuda, sino también aceptar la injusticia y la pérdida. Soltar
duele, ¿pero qué tal sostener? Cuando el amor siempre es tu respuesta, jamás
importará la pregunta.
Daniel Habif
Gracias por esto...
ResponderEliminarGracias a ti por tu atención y tiempo
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